25/10/07

Delirando un poquito xDDD


Me dijeron que era el único tatuador del mundo que podía hacerlo. Que se le podía pedir que hiciera de todo, cosas raras, cosas enfermizas, cosas místicas, cosas imposibles, y en los recovecos más inverosímiles y más sensibles del cuerpo. Un manuscrito yuan, un retrato de Bakunin, un hokusai, el cartel de la naranja mecanica, una placa de soriasis, y una soberbia escena de cacería de tigres de dientes de sable. Todas estas cosas había hecho ya. por reto, por amor, para rebasar a los límites y convencerse de que él no los tenía.
-Quiero esto.
Le enseñé el dibujo. Lo estuvo mirando mucho rato.
-Imposible. No puedo. Cualquier cosa que me hubiera pedido usted, cualquiera, de veras, pero esto no puedo.
Me rogó que me fuera. me guardé la reproducción, toda arrugada.
Me llamó pasados unos días. tenía en la voz un algo enfermizo que se la ensombrecía.
-En el hombro. Sólo se lo haré en el hombro. Necesitaré tres sesiones muy seguidas. He estado haciendo pruebas de colores. Puede venir cuando quiera.
Tenía en el antebrazo, cinco trazos amarillo, en diferentes tonalidades. Dijo que los colores solo podían probarse de verdad en la piel. Elegí el que me pareció más próximo a la realidad. Él me aconsejó otro, y yo me fié. Cuatro horas después, me fuí con el hombro vendado y el ruido del dermógrafo chisporroteándome aún en la cabeza.
Se pasó la sesión siguiente con las mandíbulas apretadas y los ojos guiñados, como si contuviese una arcada, pero ningún temblor le alteró la precisión de los gestos.
-Se encuentra mal?
-Tanto azul... Me alegro de haberlo liquidado ya.
Quedamos para la última sesión. Me dió la impresión de que quería retrasarla.
Dos días después, anuló la cita, diciendo que no estaba en condiciones. Tardó dos meses en dar señales de vida. intenté localizarlo y no estaba en su taller; había salido huyendo, dejándome con un cromo estúpido en el hombro, una horterada espantosa que no tenía nada que ver con lo que yo pretendía. ¡Para qué demonios quería yo aquella tinta anclada en mi piel, aquel campo de trigo bajo el cielo azul! ¡Sólo faltaba una pareja besándose a lo lejos, en contraluz! ¿Me iba a tocar pasarme toda la vida con este chisme a medio acabar, que nada más estaba pidiendo un toque de negro para convertirse en sublime? Me llamó una noche, a eso de las cuatro; al principio, pensé que estaba borracho.
-Venga!
Tampoco esta vez falló. No pude sostenerle la mirada, como si la aguja le doliese a él. Empezó los cuervos con una extraña fascinación, con un rigor morboso. Enjugó la sangre negruzca que manaba de la herida. Yo estaba muy contento. Siuspiró hondo, como aliviado. El silencio que se estableció entre ambos era ya de otre índole. Por vez primera, pude percatarme de lo que ocultaba tra su careta de angustia: una satisfacción orgullosa ante los desafíos pasados o por venir; la extraña serenidad qye surge antes o después de una liberación, de un parto. Encantado de tener aquel cuadro en la piel, dije, en voz muy alta:
-¡Parece ser que Van Gogh se suicidó nada más acabar de pintarlo!
Él, sin contestar nada, se metío despacio en la cocina, encogiéndose de hombros. Antyes de perderlo de vista, me di cuenta de que era ya demasiado tarde para hablar del asunto.
Solo esuché un ruido y ví mucha sangre tras aquella puerta.

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